sábado, 16 de febrero de 2013

No hay palabras sin Memoria.


GAETANO

PADRE Y MADRE VINIERON DE ITALIA porque allá éramos muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto. Claro que esa no es razón para el abandono. Una vez le pregunté a ella que cómo era posible haberlos dejado a Vicenzo y a Nicola[i], si no tenía remordimientos. Me miró con los ojos llenos de lágrimas. Pero no habló. Y luego, a la noche, le contó a padre. Y él vino y me pegó una cachetada que me tiró contra la pared. Y después dos cintarazos en el lomo.
Él era así. Todo lo resolvía pegando, golpeando. No tenía argumentos, no los daba. Ni explicaciones. Decía: “Así aprenderá”. No había día que no me pegara. Madre lloraba. Y cuando quería intervenir para defenderme, él la golpeaba también a ella. Y le gritaba que iba a tener la culpa si yo salía marica.
No tengo buenos recuerdos de esa época. La memoria, como ves, a veces sólo sirve para el dolor. Y sin embargo tenemos que exprimirla como una naranja. Revisarla. Porque la memoria está antes de la palabra. Es la que permite el uso de la palabra. La justifica; la ensancha. No hay palabra sin memoria. Digo yo. Me gustaría que lo pienses. Por eso vengo. Para contarte estas cosas.
El día que mataron a padre yo suspiré de alivio. Me puse contento. Pensé que todo iba a cambiar. Porque no sólo él era así; también sus amigos. Todos iguales: italianos duros, rústicos, brutos. Como Beppo Quatrocchi, uno que solía venir a beber vino a la casa. Yo sentía terror ante su presencia. Era tan grande como padre, de cejas unidas sobre la nariz, negrísimas. Y llevaba colgada del cuello, con una cinta de cuero, una botellita cuadrada, de forma extraña. Dentro de ella, en formol, conservaba un pedazo de lengua humana. De uno que habló demasiado ­–decía−. Se la corté por charlatán”. Y se miraban con padre y se reían a carcajadas. Toda la casa parecía temblar. Y luego tomaban vino y hablaban del socialismo. Y madre lloraba. Siempre lloraba. En silencio.
A veces, yo me escapaba y volvía muy tarde, casi de noche. Igual sabía que iba a cobrar mi paliza. Pero necesitaba perder el miedo. Al menos fuera de la casa. Andaba por las vías, vagaba por la estación.
Me gustaba mucho caminar. Siempre fui muy andariego. Cuando chico, algunas veces íbamos con madre al centro. A madre le gustaba visitar librerías. Después que padre murió, íbamos a comprar libros por lo menos una vez a la semana. Después nos dábamos una vuelta por la Plaza de Mayo. Que antes estaba llena de palmeras y tenía una hermosa recova en el medio. Era un paseo precioso, con mesitas de hierro en las veredas de los bares y confiterías. Por ahí desfilaban marineros de todo el mundo, inmigrantes, y se hablaban las lenguas y dialectos más asombrosos. El castellano era casi desconocido. Los sábados y domingos pululaban vendedores de todo tipo de mercancías. Los negros eran buenos pasteleros y hacían unas mazamorras deliciosas. Llevaban unos canastos enormes y eran muy simpáticos. Siempre estaban cantando. También podían verse algunas mujeres, casi inexistentes durante la semana. Pero el Intendente mandó a demoler la vieja recova y recortó el Cabildo para abrir la Avenida de Mayo. Mucha gente se opuso a esas obras. Que eran, se decía, un negociado.
−No hay que destruir; hay que hacer –decía ella−. Si no, cómo van a ser los argentinos: irrespetuosos del pasado y sin conciencia arqueológica. Por su afán de ser europeos caen este modernismo destructor y ridículo. No advierten que los europeos son respetuosos de su pasado.[ii] Hacen guerras todo el tiempo pero siempre dejan en pie catedrales, pinacotecas y museos. A este paso éste país va a ser un país de nuevos ricos, de la pura jauja. Nunca sabrán ser humildes y el día que sean pobres no van a soportarlo.
Cuando esas obras se estaban haciendo, fue que mataron a padre. Y ella empezó a cambiar tanto. Bueno, todo cambió. Hasta el paisaje, digo yo. Porque para el muchacho que yo era lo que en realidad estaba cambiando era mi vida. Las obras continuaban cuando terminó el siglo, que todo el país esperó con muchos nervios. Se creía que algo terrible iba a suceder, pero madre decía que no debíamos pensar en las premoniciones del Prete Rocco sino en algo positivo. El nuevo siglo debía significarnos dicha y ventura, y fortuna para hacer venir a Cenzino y Nicoletto. Se le llenaban los ojos de lágrimas cuando los mencionaba. Culpas, yo sabía. No dejan vivir. No dan paz. Son como el miedo.




[i] Nota propia: En la historia, Nicola y Vicenzo eran los hijos de la pareja emigrada, es decir, los hermanos de quien relata. Cuando vienen de Italia, eran tan pobres que tuvieron que dejar a dos de sus hijos en Europa. Nunca más los vieron.
[ii] Nota propia: La señora a la que se refiere el relator es su madre. Italiana. Era una persona con sentimientos ambiguos de nacionalismos mezclados, entre su identidad italiana y su profundo valor y reconocimiento a la patria que la había recibido.

Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria (edhasa).

No hay comentarios:

Publicar un comentario